Hoy Te Escuché Llorando
  
Hoy te escuché llorando.

Estaba yo leyendo cuando escuché tus pasos apresurados subiendo las escaleras y entrabas a tu departamento cerrando la puerta con fuerza.

Tus lamentos, acompañados de tus sollozos, llegaron después.

Escuchaba la fuerza que tienes de mujer joven empleada para llorar, llegaba a mi perfectamente el ritmo de tu dolor.

¿Qué te habrá pasado? Me preguntaba ¿Tu novio terminó contigo o tuvieron una simple discusión?

Me hubiese gustado echarte una mano y hablar contigo de tus pesares pero en esta sociedad más vale poner una distancia de por medio. Es peligroso acercarse sin pedir permiso o sin ser aceptado por la otra persona.

Lo es más en tu caso, a tus dulces y suaves quince o dieciséis años.

Tu papá no estaba pues estaba realizando uno de los dos o tres trabajos que tiene para mantenerse los dos pero cuando regresó le comentaste con voz alta la razón de tu tristeza, tu \"Ipod\" dejó de funcionar.

Bendita sea la juventud que permite llorar por cosas no graves, por un “ipod”, por un perro enfermo, porque no nos alcanzó para comprar una golosina, porque el novio o la novia nos sacaron la lengua.

Eso es un llorar de entrenamiento, entrenamiento para llorar por cuestiones mucho más importantes, verdaderamente dolorosas y graves como perder un amor profundo, la enfermedad de un padre, una madre, un hermano, un hijo, alguien querido. La pérdida de un ser amado o que nuestra vida misma se esté yendo como brisa por una enfermedad terminal.

O de cosas aparentemente tan simples y que ya debieron de haber desaparecido hace tiempo como el no poder llevar un mendrugo a nuestra familia para que coma.

El que se haya abusado de nuestra confianza y entonces perder la creencia en los valores de las demás personas.

El perder la inocencia en la vida.

El perder la fe en la humanidad.

El perder la esperanza.

Entonces, las lágrimas salen con fuego.

Son lágrimas que sientes como se arrastran por tus venas y se desbordan por tus ojos haciendo que te arda la piel por donde circulan pues abren surcos por donde pasan... portan el ardor de la misma alma en forma de lava transparente y salada.

Que diferencia de aquellas lágrimas que brotan cuando uno esta muy emocionado o cuando alguien que amas te ve y te sonríe con amor recíproco o como cuando un hijo te abraza por la espalda y te dice que te quiere. Esas lágrimas son dulces y se disfrutan poco a poco, despacito y que suavemente se desplazan por la piel, como si no la tocaran. Esas lágrimas son refrescantes y hacen lo que ningún maquillaje hace por nuestro rostro, realzarlo para vernos más radiantes y plenos.

Hoy tus lágrimas son de juventud, de esas que duelen apenitas pero de lo que se cura uno en un par de horas, no de las otras.

Es bueno escucharte llorar por ello pues dan ganas de llorar por los tiempos en que yo lloraba por lo mismo... por la simple inocencia, de llorar por la inocencia.